Al entrar a un gimnasio, sobre todo las personas menos acostumbradas a trabajar el físico, es fácil que nuestra atención se desvíe de manera inmediata hacia las grandes y atractivas máquinas que prometen hacer de nuestro cuerpo un clon del de Hércules.
Sin embargo, si alguien se detiene a observar las rutinas de entrenamiento de aquellos que más se machacan, podrá apreciar que para muchos ejercicios estas personas tiran más de mancuernas que de máquinas. ¿Y eso por qué?
Generalmente las máquinas están diseñadas para realizar uno o varios ejercicios determinados, por lo que su versatilidad es muy limitada en comparación con la infinidad de ejercicios que se pueden realizar con unas mancuernas.
Esta primera razón está muy relacionada con el hecho de que en muchos deportes existen una serie de movimientos específicos de los mismos, gestos repetitivos intrínsecos a la habilidad o a la necesidad de fuerza para realizar una acción determinada. De este modo, es fácil deducir que es mucho más económico emplear unas mancuernas para trabajar un determinado movimiento físico que diseñar una máquina especialmente para ello.
Las mancuernas son un equipamiento básico que además presenta la ventaja de resultar bastante económico en comparación con otros materiales de entrenamiento, así como tampoco ocupa demasiado espacio de almacenamiento, ni lo requiere para ejecutar los entrenamientos.
Por último, y no menos importante, las mancuernas nos permiten realizar una serie de entrenamientos explosivos que generalmente no podemos ejecutar en las máquinas, puesto que no están diseñadas para ello.